Universidad, papeleo y formas de putear

Tenía pensado retomar mi actividad en esta plataforma con un tema mucho más agradable, pero la naturaleza del español como cultura ha vuelto a abofetearme, recordándome que, por muy estúpida que parezca una norma, en este maldito país puede crearse una más ridícula aún.

Normalmente, en mi larguísima trayectoria en la universidad, la forma de proceder era la siguiente:

-Se realiza la matrícula, manual o de forma informatizada.

-Se confirma el horario de la(s) asignatura(s).

-Se acude a la hora y el aula correspondientes.

Así, solía ser sencillo, hasta natural, acudir a clase y seguir la asignatura de forma natural. No obstante, la facultad de Psicología de la Universidad de Granada ha decidido cambiar las cosas:

Este curso académico se imparte por primera vez una asignatura «Trabajo Fin de Grado» (TFG en adelante), correspondiente al último curso de la titulación «Grado en Psicología» y que trata de dotar a los/as alumnos/as de las capacidades necesarias para una carrera orientada a la investigación o para los momentos en los que sean necesarias.

Pues bien, parece que los encargados de la gestión de esa asignatura en esa facultad quieren cambiar las cosas:

-El proceso comienza como si fuera una matriculación normal, de hecho, yo me matriculé, como de cualquier otra asignatura. El personal responsable lo es tanto que pide un documento en el que se explicite el número de créditos superado por el alumno y la nota media por crédito. Aquí quiero hacer el primer apunte: si intento aventurar los motivos para pedir esa información por parte de personal que puede disponer de ella, se me ocurre que no les apetece trabajar un poquito y pretenden que los alumnos le hagan la lista de candidatos.

-No contentos con eso, exigen, como condición sine qua non realizar una «preinscripción» en el TFG aún después de haber realizado la matriculación oficial a través de los cauces oficiales. Este punto también despierta mi curiosidad…parece que los responsables de la asignatura contemplaran la posibilidad de que un/a alumno/a se matricule y pague la asignatura para después no cursarla. Ese afán recaudatorio es inconfundible en estos intelectuales.

-Si la preinscripción no se lleva a cabo, saltan las alarmas y te dicen que ya no hay posibilidad de realizar la asignatura (ya matriculada) porque «al día siguiente» se adjudican las plazas. Otros motivos para dejar al alumno con «el culo fuera» son que admitir al alumno (con la asignatura legalmente matriculada) sería ilegal, dado que se han seguido los procedimientos creados para que no haya ningún problema, que se han comunicado de forma adecuada, tanto en la página web de la facultad, como en la plataforma digital de enseñanza, que ha sido para todos igual. Todo eso está muy bien…pero yo tengo varias direcciones de e-mail y la facultad tiene al menos una de ellas, y se comunica de forma efectiva conmigo, al menos la biblioteca. Os aseguro que no he recibido ninguna comunicación a este respecto.

La Universidad de Granada presume de muchas cosas, pero si uno indaga un poquito obtiene respuestas de algún profesor del tipo de: «yo no utilizo el correo electrónico» y cosas similares, de manera que no es sorprendente que una mano no sepa lo que hace la otra y, mientras que la biblioteca sabe como localizarme cuando es necesario, otras partes del organigrama son incapaces.

Sin ánimo de faltar y a modo de resúmen:

Ciertos lumbreras de la UGR que cobran una pasta pretenden que nosotros les hagamos (al menos parte del) trabajo proporcionando datos que ellos pueden obtener y que se encargan de poner trabas a los sucesos que, de otra forma, sin bur(r)ócratas de por medio transcurrirían en paz y armonía.

Arte/Cultura

Esta entrada de mi blog está hecha desde el calentón que me ha supuesto un «leve» incidente hace escasamente media hora, de modo que, supongo, estará peor redactado (aún peor) que los que acostumbro a rumiar y preparar con un poco más de calma.

Hace un rato estaba en un bar de confianza (no lo son todos?) desayunando por tercera vez e intentando inculturizarme leyendo un «periódico» deportivo…pero siempre hay alguien que te va a hacr más daño que tu,¿verdad?. El caso es que en la tele ha comenzado a sonar una canción que se llama «no te metas en mi facebook» (las minúsculas no son accidentales) y no he podido sufrir menos que un microinfarto en mi concepción de la cultura. De hecho, al ir escuchando la canción y tras haber decidido que, a falta de la posibilidad de aplicar un castigo mayor, debía ser tema de obligado tratado en este lugar, no he podido evitar tragarme esa BASURA para conocer el nombre de la canción y del «artistilla», porque ese gran canal de televisión que es 40 latino (a ver si no me cobran por mencionarlos) tiene la costumbre de informar al principio y al final de cada emisión de los datos pertinentes por si quieres pagar 0,9€ para tener el tono en tu teléfono móvil. Pues bien, al hacer cargo al todopoderoso Google  del nombre del supuesto artista, a saber, (P)esteman, como primera entrada aparece su página de myspace con (como podéis comprobar) todas las posibilidades que ofrece la web para disfrutar del arte en estado puro.

Dicho esto, si os gusta el tema y el tipo, no puedo más que sentirlo por vosotros, pero por mi, bien, cada uno se mata como quiere/puede y seguro que yo tengo gustos/aficiones/preferencias/lo que sea que a vosotros os resultarán vomitivas/os (como ciertos aspectos del cine francés), además, no os culpo de que os guste, porque a uno le gusta lo que hay en el mercado, estamos hechos así y el que diga que no…pues ha dicho que no y ya está (las opiniones son com el culo, cada uno tiene el suyo); sólo os recuerdo que cada vez que compráis un disco duro externo, una memoria USB, un cd/dvd virgen y cosas por el estilo, alguien le está pagando a ese tío un poco de VUESTRO dinero.

Chistes culturales

Asisto a una asignatura nueva después de mucho tiempo. El profesor resulta ser una extraña mezcla del conservadurismo apropiado para su edad y una especie de afán revolucionario derivado de sus tiempos vividos; todo eso mezclado con el aura de supermodernismo consecuencia de su dedicación a la psicología y su capacidad (todo hay que decirlo) de seguir emocionándose con el conocimiento y con la relación profesor-alumno. No todas estas características son buenas, pero no seré yo quien juzgue aquí y así evitaré ser juzgado (más aún).

El caso es que el profesor comienza a hablar de los contenidos objeto de estudio en la educación formal, es decir, en la escuela, el instituto e incluso la facultad. En esta línea, el profesor nos cuenta que lo ideal en la educación formal es el consenso para que el alumnado se sienta motivado (de forma intrínseca, se entiende) hacia el aprendizaje. Me consta que no se trata de una idea personal del profesor, aunque comparta esa conclusión de la investigación en educación. Mientras pasa todo esto, ha pasado ya un cuarto de hora y sigue entrando gente en el auditorio; gente que, además, no se sienta en el lugar más accesible, sino que levanta a tres o cuatro compañeros para ponerse donde le apetece, ayudando a interrumpir la clase, y yo me pregunto si sirve de algo negociar los contenidos con gente que no sabe lo que es el respeto hacia alguien que intenta hacerte mejor persona.

Continuando con la clase, el profesor se dedica a desmitificar esas promesas de aprendizajes relámpago poniendo varios ejemplos publicitarios que todos conocemos y que ninguno hemos probado (¿?). Hablando de ese tema, menciona una anécdota de Woody Allen (director de cine, que algunos no lo sabrán) en la que le preguntaron si él había usado algún método de lo que se dio en llamar “lectura rápida”; El director contesta que claro que lo ha usado y que leyó Guerra y Paz en quince minutos, a lo que el periodista pregunta: ¿y de que trata el libro? Y Woody Allen contestó: pues de que va a tratar, de Rusia!! Tras un doloroso minuto de silencio, el profesor dice que ese era el chiste, juzgad vosotros mismos.

Yo no me he leído Guerra y Paz, pero he pillado el chiste a la primera.

La reflexión es clara: ¿vas a negociar el contenido de una asignatura con “gente” que no sabe lo que es el respeto en un aula y que no tiene la cultura imprescindible para salir a la calle? Yo tengo mi respuesta.

El niño la tostá

Estamos sentados en una mesa, tomando café y algún acompañamiento para desayunar. La conversación llega a cotas elevadas, lo ideal para espabilarse recién levantado, cuando de repente, aparece: con sus zapatillas de tela desabrochadas y con unos cuantos agujeros, cincuenta y cuatro kilos de peso, un pantalón vaquero estrecho y colocado a la última, es decir, caído hasta mostrar casi diez centímetros de ropa interior de súper-héroes, con la correa bien apretada para que no descienda (aún más) el contador de la dignidad. La camiseta, a juego con la prenda inferior, con algún agujero que otro y corta, por supuesto, porque lo que se ve se luce… dos pulseras de hilo de colorines, un encendedor colgando de una tira de cuero. La cara parece estar todavía dentro de la cama y parte del pelo da la misma impresión, el resto parece indicar que el agua es un bien escaso (aunque este año no sea así.

Imagináoslo ahí, de pié, de una mano colgando una mochila raída y una chaqueta, arrastrando ambas por el suelo y en la otra mano una tostada integral. Alguien lo presenta, pero yo sigo pensando: “el de la tostá”. Parece que ha causado el mismo impacto en la mayoría de los contertulios, porque se hace el silencio apenas aparece y la mesa se llena de caras de incredulidad. Deja su tostá en la mesa, sus cosas en el suelo, acerca una silla y se sienta con nosotros. A todos (o casi) se nos pasa por la cabeza la misma idea: agarramos nuestro café y nos acordamos del chiste del niño y los cuatro kilos de polvorones… “no con pan!” resuena de forma casi perceptible y algún que otro labio se tuerce para esbozar una sonrisa.

Intentamos reanudar la conversación, pero ya no es lo mismo, la gente está pendiente de que las manos de nuestro nuevo amigo viajan una vez por cada dos que lo hacen las nuestras… somos personas a las que no resulta imposible un desayuno compuesto únicamente de pan. Me tienta la idea de invitarle a un café, pero es algo que ni él ni yo queremos. El desconcierto le ha venido bien, genera silencios que le permiten intervenir en la conversación, demostrando que no debería hacerlo. La conversación deja de ser suficientemente interesante como para merecer la pena y alguien cuenta el chiste de los polvorones; las consecuencias son catastróficas, alguien se cae de una silla y otro casi se atraganta… nuestro nuevo amigo sonríe tímidamente, ha entendido el chiste y sabe que no es para tanto… nos cuesta extinguir las carcajadas, pero basta una mirada alrededor para que vuelva la seriedad: estamos rodeados de mesas llenas de pan, sólo de pan… nos despedimos y nos vamos a clase.

Los piratas de la basura

Supongo que a ninguno de mis (pocos) lectores le es ajena la concepción de España (con minúscula) como país de la pandereta, del cachondeo, del enchufismo y otras etiquetas varias que se pueden poner a este pedazo de tierra tan querido por algunos. El colmo llega cuando uno se da cuenta de que ni siquiera hay honor entre ladrones…

Resulta que existen unas personas que se dedican a recoger según que desperdicios de nuestros contenedores durante la noche, antes de que lo haga el servicio municipal destinado a tales tareas; hasta aquí, nada parece extraordinariamente ofensivo, no? Dado que ni siquiera entran en nuestras casas y lo único que se llevan es basura, no veo motivo para poner el grito en el cielo. Si seguimos observando la conducta de estos “rateros”, nos daremos cuenta de que no se llevan toda la basura, de modo que no van a mandar al paro a todos esos seres humanos que se dedican a la profesión de basurero. Cuando nos fijamos en el destino final de nuestros altamente aborrecibles ladrones, nos damos cuenta que se dedican en realidad a vender el papel que tiramos a empresas que se dedican a reciclarlo… ¡Qué cabrones! Sacan dinero de lo que nosotros tiramos sin hacer mal a nadie!!! La verdad: ¿es para cabrearse o para reírse del que se cabrea por esto?

Pero ahora viene lo bueno, porque el que se cabrea no es un vecino de nuestro barrio que no nota ninguna diferencia en su día a día, ni ningún basurero por su falta de trabajo… el que se cabrea es el ayuntamiento de la capital de este bendito país. La duda es inmediata: ¿Por qué se cabrean estos?… desgraciadamente, la explicación también es inmediata, y llevada a cabo por un representante de los organismos oficiales de esa índole:

Resulta que (al menos en la ciudad en la que vivo, que no es la capital del país) el ayuntamiento al que “doy cuentas” me cobra por la basura que genero (incluso en el caso de que no lo hiciera, estoy convencido), es cierto que la cantidad es irrisoria, aunque no la recuerdo con exactitud, pero cobra. Además, mi ayuntamiento, compuesto por gentes de mente abierta, pertenecientes a un país moderno y bla, bla, bla, me insta a reciclar con campañas publicitarias (bastante ridículas algunas) y con la instalación de contenedores específicos para residuos (en la mayoría de los casos); el problema viene en que está feo cobrar dos veces por lo mismo y más aún que se enfade el ladrón al que le roban; me explico: El ayuntamiento nos cobra por el “derecho” a tirar nuestra basura fuera de nuestras casas y después vende nuestro papel a esas empresas encargadas de reciclarlo y encima se enfadan cuando alguien les levanta el negocio… muy feo. ¿Esto quiere decir que si yo llevara todo mi papel a reciclar personalmente, me denunciarían a mi también? Seguro que no dejan de cobrarme mientras lo hacen.

Nuestra percepción del progreso

Hay un profesor en la facultad de psicología de la universidad de Granada (UGR para los que son cool) que se adapta de maravilla a los cambios en la educación. En realidad, hay muchos, pero hoy hablaré sólo de él.

La educación universitaria se está intentando adaptar a los tiempos que corren, sin mucho éxito (al menos por ahora y por estas latitudes), pero al menos lo está intentando. La idea es llegar a un trato personal con el alumno, motivarle, implicarle y conseguir que el alumno profundice en la temática casi por propia voluntad. La ida está bien, incluso hay quienes lo consiguen, pero también existen docentes que no sólo no lo consiguen, sino que no lo intentan; los hay que entienden ese acercamiento como encomendar al alumnado la tarea de profundizar en un tema que no aparece en el temario por más que uno lo busque (innovación) con la única ayuda de cinco o seis referencias bibliográficas que están redactadas en un idioma que, generalmente, el alumno desconoce (esto es otro tema). El premio, en el mejor de los casos es la obtención de dos puntos de la nota final de la asignatura (para conseguir la motivación del alumno).

No contento con el esfuerzo realizado por el profesor para conseguir este plan de trabajo, se condiciona la obtención de la nota a una exposición en clase del tema trabajado (adquisición de nuevas competencias). Hasta aquí, todo bien; el problema viene cuando el profesor en cuestión aprovecha las faltas cometidas durante la exposición o la elaboración del trabajo para convertir la clase en un espectáculo de humillación pública ante los compañeros del/a afectada/o.

A mi me daría vergüenza criticar el estilo de escritura científica de un/a alumna/o cuando no reciben ningún tipo de formación al respecto; me daría vergüenza usar las faltas de mis alumnos para reafirmarme en mi posición; me daría vergüenza criticar la exposición de mis alumnos cuando mi estilo de narración es pésimo; me daría vergüenza criticar la falta de recursos de mis alumnos cuando yo llevo cuarenta años usando los mismos, pero claro, eso es porque yo tengo vergüenza.

La inestimable calidad (y originalidad) del cine mundial actual

Va a resultar que cualquiera sirve para director de cine, cosa que me alegra porque me permite mantener viva la esperanza de serlo yo en algún momento. El caso es que uno, pese a tener esa aspiración, se plantea la conveniencia de llevarla a cabo:

No tengo nada en contra del pueblo palestino, más bien al contrario, gozan de mi simpatía prácticamente sin restricciones, pero hay límites que no se deben sobrepasar; más que nada porque hay circunstancias que vulgarizan las penurias, las dificultades y toda la casuística que rodean al pueblo palestino, porque, a lo mejor sin quererlo, esta mujer (Cherien Dabis) se va a enriquecer a costa del sufrimiento de sus congéneres.

Además de eso, me parece bastante ruin aprovecharse de la situación actual para publicar la película Amerrika, para la cual se ha basado, según he leído/escuchado/visto en alguna parte, en su propia experiencia, lo cual no deja de restar mérito a la realización del film, porque recordemos que el cine es para la ficción igual que los telediarios son para la realidad. Dice esta señora que no es considerada del todo Norteamericana para los de allí ni Árabe para los otros… a lo mejor es ella la que no se considera del todo norteamericana ni árabe, porque eso vende más, porque es mucho más «fashion» ser un artista incomprendido vaya uno a donde vaya; es otra forma de crear elitismos, al menos yo lo veo así. El problema es que la sociedad actual es demasiado orgullosa como para considerarse, en palabras de un gran personaje, «la mierda cantante y danzante del mundo«.

¿La justicia paga por los retrasos?

Acabo de ver una noticia que explica muchas de las cosas que pasan en este bendito país. Una señora perdió la custodia de sus dos hijas (algo haría) hace seis años y, por retrasos en el proceso judicial la ha recuperado ahora.

Las cuentas son fáciles; esta señora ha recibido (o recibirá en breve) diez mil euros por los seis años de espera. Imaginemos que, hace seis años, cuando esta mujer perdió la custodia de su hija, el ministerio de justicia hubiera contratado a un administrativo para que trabajara en el juzgado en cuestión. Sigamos suponiendo e imaginemos que esa contratación acelera los trámites del juzgado en general de dicho juzgado hasta (siendo generosos), digamos, la mitad del tiempo del que ha tenido que aguardar nuestra protagonista. De este modo, nuestra madre habría visto reducida su espera a la mitad y, por tanto, la gratificación también (aunque en este punto hablo sin conocimiento, sólo el que me otorga el sentido común, que a lo mejor no tiene mucho que ver con el funcionamiento del ministerio de justicia). Con esto tendríamos que, en las condiciones actuales, el caso le ha costado al ministerio diez mil euro extras; sin embargo, con la contratación supuesta más arriba, el gasto hubiese sido como sigue: cinco mil euros de gratificación por la espera, más mil euros al mes durante tres años correspondientes al administrativo extra; esto último supondría la friolera de cuarenta y un mil euros en total, sin contar los pormenores de los contratos de ese tipo.

Es decir, los retrasos en la justicia le siguen saliendo baratos al estado de este bendito país de mierda, y como estamos en crisis, se ahorra dinero, porque un mal servicio se borra de la memoria con el siguiente.

Y todavía hay quien dice que vivimos en un gran país y/o que somos civilizados…y una mierda!

Mis mejores deseos.

He dejado de escribir en los últimos tiempos y lo peor es que no ha sido por culpa de la falta de argumentos adecuados para la temática de este mísero blog, sino por mi dedicación a otros menesteres que much@s calificarían de menos provechosos… pero serán otros los que los califiquen así,porque sólo yo tengo los datos del éxito (o falta de él) de estos escritos breves.

El hecho es que estoy sentado frente a mi principal colaborador, en su lugar de trabajo y se me ha ocurrido hacer propósito de enmienda para lo que queda de año (unas nueve horas).

Tenemos un país de MIERDA, por mucho que a cuatro fineses/finlandeses o como queráis llamarlos, les de por tirotear a sus compatriotas cada año; por mucho que los banqueros de otros países se aprovechen de los «listos» de aquí; por mucho que en otros países enfermos mentales agredan a sus presidentes elegidos legítimamente (algo que sería necesario en más de un país); por mucho que en nuestro país cuatro «ganapanes» sin dignidad representantes (ilícitos) del progresismo pretendan vivir para siempre por algo que (a estas alturas) sólo ellos llaman trabajo; por mucho que «nuestra» televisión publica no tenga reparo en contratar a «periodistas» que no saben ni expresarse con corrección… por mucho que veamos estas cosas como cotidianas y, debido a nuestro carácter mediterráneo (tan loado en ciertos ámbitos), nos suden, no dejo de pensar que yo no quiero participar activamente en la «evolución» de una congregación de animales y que prefiero ser un extraño en tierras menos vergonzosas que un hijo bien avenido en el país que me ha tocado sufrir. Un país en el que las ideologías políticas de llevan tatuadas en la frente como si fueran algo de lo que sentirse orgulloso, como si cada uno poseyera la verdad política absoluta y se viera en la obligación de mostrar el camino a los demás, como si realmente ell@s mism@s creyeran que participan de eso. Se ha creado una falsa escisión en la creencia política de la gente que sólo se refleja en la conducta voluntariamente explícita, pero un observador cauto no tarda en percatarse de que todo es fachada… si el observador es, además, inteligente, puede hacerse una idea clara de la calidad personal e ideológica de nuestro país.

No quiero volverme pesado con este tema que, seguramente retomaré en breves fechas, de modo que me despido deseando a todos mis lectores (y a los que no me leen) un año lleno de escoria con la seguridad de que voy a acertar, de modo que sólo queda tener unas tragaderas muy grandes o tener la capacidad de comer mierda poco a poco pero de forma continuada.

«(¿)Cine(?)» español

Para empezar: yo también soy catalán. Lo digo para que no se interpreten mis palabras en un sentido político, porque bastante es el asco que me dan los que hacen lectura política de mi catalanidad.

Segundo: Caballero, eso de que usted también es internauta suena a dos cosas; a que intenta que los supuestos delincuentes a través de la red nos identifiquemos con usted, que no nos sintamos diferentes, que sepamos que los políticos “hablan nuestro idioma”… sin embargo no hay nada más patético, porque si usted no se da cuenta de que somos diferentes se ha terminado la conversación. También suena a un enunciado mucho más largo: “Yo también soy internauta, pero no descargo contenido con derecho de autor”… eso no se lo cree ni su madre caballero. Es como lo que decía el imputado del PP por no sé qué causa: “Yo nunca he recibido un duro fuera de mi sueldo”; pues debe ser el único en este país. Para usted igual, le apuesto a usted su brazo derecho a que se ha descargado alguna foto/canción/película sin pagar por ello.

Tercero: Está bien eso de que haya cine español. Todas las culturas tienen derecho a exponer su forma de ver las cosas. El caso es que no comparto esa idea suya de que la piratería vaya a acabar con “nuestro” (vergonzosamente nuestro por la parte que me toca) cine: El gran Wyoming tuvo los santos coj… de soltar en un programa suyo que “el problema del hambre se arregla por sí mismo”, pues el cine español igual: si no hay cine de calidad (una peli buena cada dos años no justifica las subvenciones) la gente irá a ver cine de otras nacionalidades. Quien, llegados a este punto, tenga la brillante idea de mencionar siquiera los “premios” Goya, puede meterse su opinión por el culo. El pobre Goya tiene que estar retorciéndose de asco y vergüenza una vez al año, cuando cogen su nombre para esa ceremonia de masturbación recíproca llevada a cabo por los fantoches de esa industria.

Cuarto: Teniendo en cuenta sus declaraciones y su superior (de quien sólo conozco críticas) me puedo imaginar el rumbo que va a tomar el “cine” español: el de siempre, el de los enchufados y los gilipollas, que para cuatro que hay buenos, nos lo venden todo al mismo precio.

 

Les apuesto algo: en este país hay más copias ilegales de X-Men 3 que de todas las películas españolas estrenadas este año.